Horas esperando un llamado. Una tarde completa mirando fijo al celular, como si, gracias a eso, te llegara automáticamente un mensaje de él. Esperamos. Cambiamos planes, dejamos de lado nuestra agenda. Nos descentramos de nosotras mismas, de nuestros proyectos. Y vivimos para y por esa persona. Vivimos pensando únicamente en ellos, rebobinando frases falsas y actitudes que nos mantienen ancladas a relaciones sin futuro. Y seguimos esperando. Nos empecinamos en querer más de lo que nos quieren. Cedemos. Aceptamos. Nos olvidamos qué somos, qué sentimos, qué queremos, qué necesitamos.
Nos atamos a un mito. A ese que dice que el amor de verdad no tiene límites, que lo soporta todo y que lo acepta todo. Pero, en la intimidad, cuando nos vemos frente al espejo, admitimos lo que tanto nos duele; ese amor tan ansiado, no nos hace felices.